Si hay algo que caracteriza a las Navidades son la cantidad de símbolos que las rodean: luces, renos, Papá Noel, el belén, árboles de Navidad, las uvas, los villancicos… multitud de iconos, personajes y decoraciones con las que conseguimos que estas semanas se diferencien del resto del año. Entre ellas, se encuentra el acebo, una planta muy utilizada como parte de la decoración navideña en prácticamente todo el mundo. En Floristería Alba, floristería en Ferrol, nos encanta la decoración navideña, y tenemos a tu disposición todas las plantas, arreglos florales y adornos que necesitas para completarla.
El acebo es una especie de arbusto, que frecuentemente se confunde con el muérdago, ya que ambos se utilizan igual en Navidad y sus hojas y frutos son muy similares. Sin embargo, son especies totalmente distintas. El muérdago es una planta pequeña, parasitaria, que crece en las bases y ramas de los árboles, extendida y utilizada en Norteamérica y Latinoamérica. El acebo, en cambio, es un arbusto de gran altura, que puede llegar a vivir 100 años. Su madera es resistente, su hoja perenne, sus frutos muy llamativos (y tóxicos).
Sus colores verde y rojo intenso nos hacen asociarlo con la Navidad rápidamente, ya que estos, junto con el dorado y el plateado, son los colores característicos de esta época. Sin embargo, los motivos de que lo utilicemos en Navidad son mucho más complejos y se remontan a tradiciones precristianas, es decir, a hace miles y miles de años. Hoy, en Floristería Alba, te contamos por qué el acebo es parte de nuestra decoración navideña.
Los celtas y el acebo
Así es, esta tradición proviene de los celtas, que poblaron estas tierras mucho antes de la llegada del Imperio Romano. Ellos le atribuían al acebo propiedades mágicas. Creían que esta planta, quizás por sus puntiagudas hojas, podía ahuyentar a los espíritus malignos. Por ello, durante sus ritos y festivales portaban en muchas ocasiones coronas de acebo o ramitas en sus manos y bolsillos.
Uno de los ritos y festivales más celebrados por los celtas eran los solsticios. Las noches más largas y más cortas del año, es decir, el 24 de diciembre y el 24 de junio, eran días señalados para pueblo celta. En Galicia lo sabemos muy bien, debido a nuestra arraigada noche de San Juan, en la que todavía celebramos el solsticio de verano según la tradición celta: saltando la cacharela 3 veces para ahuyentar a las “meigas”.
De igual forma que el solsticio de verano se celebraba (y celebra) alrededor del fuego, los celtas centraban el solsticio de invierno alrededor del acebo. Durante la noche más larga del año, extremaban las precauciones en contra de las meigas o espíritus malignos, colocando esta planta en todas las puertas o lugares de paso, así como en las zonas de reunión. Así es como el acebo se convirtió en un símbolo de las últimas semanas de diciembre, lo cual persiste hasta nuestros días.
Más tarde, durante la cristianización de Europa, los misioneros y la Iglesia utilizaron una técnica para que la gente asumiese las tradiciones cristianas más fácilmente. Se dieron cuenta de que sería muy complicado conseguir que las personas dejasen de celebrar sus fiestas “paganas”, así que les cambiaron el nombre y les dieron un significado cristiano. Así fue como se decidió que la Navidad se celebraría en estas fechas, así como San Juan el 24 de junio, y por ello en nuestras tradiciones de hoy en día se entremezclan y confunden las costumbres precristianas con los símbolos religiosos.
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